domingo, 3 de diciembre de 2006

Los comienzos nunca fueron fáciles...





Estoy enfadada. Te odio. Quiero gritar que te odio, y en el cartel de la entrada dice:
Por favor, no molestar.
Mierda, ni siquiera puedo gritarte.
Estoy enfadada, sí. Porque hay días en los que me mojo demasiado, y me constipo. Y salgo a la calle sin paraguas, porque pienso que quizá vendrás a buscarme bajo tu paraguas verde.
Estoy enfadada, porque no hay quien me saque de este universo de sueños despiadados, que amenazan con lanzar mi calma desde un precipicio, para verla estallar contra el suelo.
Y luego, ponte tú a recomponer calma y quietud, cuando nada encaja. Cuando una palabra tuya vuelve a ser suficiente para crear confusión.
Estoy enfadada, contigo. Sí, contigo, que provocaste que te dijera palabras malsonantes en una cama, y me escondiera después bajo las sábanas, como una niña asustada. Contigo, que pintaste el reino de nadie para tí, y para mí. Pero nunca vas a hacer las maletas para mudarte conmigo.

Contigo, que disfrutas del juego del amor como un corredor de bolsa disfruta de la incertidumbre.
Tenerlo todo para nada.
Perderlo todo para volver a empezar.
Estoy enfadada, contigo. Porque la gente viene y se va. De repente. Sin más. Y yo esperaba que tú, y sólo tú, fueras la excepción. Aquella que rompe las reglas más crueles. Más invencibles. Aquella excepción que reniega del curso de la vida. Y de la muerte.
QUÉDATE.
Porque la gente viene y se va. Y de repente. Y sin más. Y los astros y los dioses y el destino o la mala suerte, te empujaron al camino equivocado.
Mistake.
Yo sólo quería no tener que huir. De la sombra. Del miedo. De las sombras de tu cara hundida, en la penumbra. Del miedo que provoca saber que te vas. Y que te agarras a las rendijas de la vida, como un sabandija enamorado, del aire que respira. Suspira. Grita que quisiste morir a los 200 años. Que te quitaron ¾ de porvenir. Que un kilo de amor, era sólo una dosis gestionada, una porción de todo el amor que guardabas dentro, de un corazón de 300 gramos, enredado de virtudes y primaveras.
Y es que la gente viene y se va. Sin más.
Y yo, algunos días, le rezo al Dios de la avenida 43, para encontrarte en los portales entreabiertos de la esperanza maldita. Y otros, los más, le rezo al Dios de las esponjas que dibujan figuras de mármol allí arriba, para que desdibuje de la historia de nuestras vidas el color de tus pupilas, encendidas, pidiéndole a esta puta vida, que te deje vivir en paz.
Porque la gente viene y se va. Tú quédate.
Cumple las promesas que grapaste en las paredes de mi habitación.
Haz que la razón me inspire. Conspire para que vuelvas a reír, y a gritar.
Por que estoy enfadada. Porque te vas. De repente. Sin más.


2 comentarios:

Ella dijo...

No puedes odiarme, ni siquiera nos pusimos de acuerdo para hacerlo.
Si no existe un convenio, de nada sirve odiar.

Amo lo incompatible, y me he acostumbrado a desearlo fervientemente. No me va mal, aunque en ocasiones me vuelva quisquillosa y destroce la cabeza de los demás.
Mi inconstancia hace que lo imposible se desee y lo normal me decepcione, que las coartadas empiecen a resultar factibles y que de repente alguien me empuje sin avisar.

Querida, las circunstancias nunca son las apropiadas. ¿ Para qué buscar entonces el momento perfecto ?

El_crack_del_29 dijo...

Los finales inesperados e inacabados son tristes, y triste es el principio que se convierte en recuerdo.


Bienvenida al bloggosfera!!!

Espero que vengas y no te vayas.

un besito muy grande y un baile de salón.