jueves, 14 de diciembre de 2006

Succionen. Devoren. Sientan.


Sabor. Sabor a calles no transitadas, a cruces despiadados, a esquinas que esconden mentiras benevolentes. Miradas transversales.
Cuando la duda y la ternura son baldosines desgastados del camino, arrugas de expresión a desmedida que pasan los años, el ruido y la cordura son más falsos que un beso tuyo, uno de esos con restos de saliva extraviada del cloruro sódico de tus mentiras.
Tan inseguros, tan etéreos, que siempre giro la cara al despertar, por si al final de un segundo del reloj de muñeca que pone principio y fin a cada día, ya no estás.
Porque, que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender, cuando una de esas mañanas, la ligera vibración de tus dedos al tocarme, sea tan cruel como el café del desayuno.
Tan predecible. Tan finito. Tan pasajero. Tan ajeno.
Sabor. A esa tangente que nos corta y recorta. A esa calma que destroza esa tormenta. A tus manos rodando por mi espalda. Al pincel de los traidores que perfilan errores en papel de seda. La arena cayendo por tu piel. La sensación de un tren de madrugada que se escapa, la ciudad de los perdidos. El ruido. La prisa. La risa de los que no saben como llorar. El total de cada parte. El punto y aparte de los amantes.
Los espacios entre la gente que se añora, la aurora que se desvanece. la libertad vendida. El capitán del barco que naufragó en algún mar olvidado. Los libros con historias vividas, revividas. Las victorias que no llevaron a ninguna parte. La gloria de los vencidos. Las batallas perdida que engendraron héroes.
Todo se ha parado.
Sabor. Sabor a tu abrazo soslayado. Pero desgarra. Porque es como abrazarse a una taza de café en invierno, es como guarecerse a los pies de una chimenea, sobre una alfombra de lana ovillada, algo inviable en verano.
Sabor. Sabor a corriente alterna. Sempiterna.
Sabor a besos, presos de un amor con mala saña, de una cofradía de naufragios y salvavidas, que algunos días contados, me dedican un pensamiento obsceno. O dos. O tres. Bajo la rambla desguarida del invierno.
Sabor a esas ostias que da la vida. A las tuyas. Esas que sueltas a diestro y a siniestro cuando te ahoga sentir. Cuando decides, sin preguntarme, que todo tiene que ser gris hoy.
Sabor, a inocencia. Y juego a escribir canciones, que le arranco a las cuerdas desvalidas de una guitarra malsonante. Y juego a recordar el hechicero sabor de un beso prófugo. A arrancar del calendario ese impreciso momento en el que me dijiste: NO TE QUIERO.
Juego a olvidarme del final.
Y mientras la gente sigue caminando por las calles, algo revive de sus cenizas, y pinta, con la tiza de tus ojos, un color carmín depravado. Teñido de colores, de gemidos, de manos, de carne y sexo, y hueso. De labios huérfanos, y bocas deshidratadas, a falta de besos húmedos, presos de ese amor piraña, que enreda telarañas en una habitación clandestina, que brinda por enfermar de amor a los desesperados por enamorarse, que destruye recuerdos con broznas de razón y realidad, que rasga el sabor de lo vivido con cuerpos que saben a nada, que no inspiran palabras sexuales, que retratan con suaves pinceladas gestos obscenos en alguna ventana, arropados con un edredón desnudo por dentro.
Y juego a olvidarme del final. Pero el sabor de final, siempre es inconfundible.
Ahora, por ello, sólo huyo del ruido de tu voz callada. De la daga que has clavado dulcemente en mi costado izquierdo, de lo bueno, y hasta algunas noches, de lo malo…

1 comentario:

juanan dijo...

te leo... tu tristeza... tus trajes de palabras... tu brillo... me enganchas... succionas... sientes y yo te siento... no dejes de escribir... no dejes de mirar... no dejes nunca de jugartéla...

=)

y encantado...