lunes, 12 de marzo de 2007

Tengo el corazón jodido
y no es precisamente por tus manos acróbatas,
ni por tu lengua ávida.
Tengo el rizador de pestañas abandonado
y el rimel y las medias de rejilla
se las he prestado a una fulana menos puta que yo,
pero más fina.
Tengo los dedos atrofiados
de tanto quererme a mí misma.

Y mira que te envío mensajes de auxilio con los labios, a ver si notas esta necesidad ingente de follarte en cualquier parte. Y mira que lidio con la idea de olvidarte y de olvidarme de quererte así de esta manera tan sucia (y créeme, sucia, no es una expresión cualquiera, y es que ahora tengo que cambiar las sábanas más que cuando dormías conmigo).
Y mira que le he prometido veces al camarero del club de la esquina que yo te soy más fiel que cualquier mujer que pueda no acostarse con más hombres, pero él se ríe, y mientras, me sirve otra copa aún más cargada.
Y es que aunque aún no te hayas aprendido mi nombre, y Lola, o Lucía, o Carla, sean tus nombres preferidos para mí cuando me aprietas contra ti como a una mujer curtida de cuerpos y de historias que no quieres oír, yo si me he aprendido todos los lunares prendidos con alfileres de seda en tu espalda de damasco.
Nunca te he pedido nada, y ahora que mendigo tanto amor, me siento un poco afortunada, ya ves. Siempre me gustaron las cosas sin sentido, las huidas, los sofocos, el relieve de tu piel de cocodrilo, la textura del suelo en mis rodillas, las lágrimas del engaño, el jardín de duermevela y el después de cada orgasmo compartido.
Y ahora que sé que no vas a darme más que placeres prestados y camas de hotel, voy a volver a mi placenta, a esperar a que no vuelvas, para no cansarme demasiado de este amor mórfico y minusválido que no me deja irme, todavía.