
Me prometiste llevarme de vuelta a casa antes de que anocheciera, pero el sol titubeó con astucia entre las montañas, y antes de que quisieras darte cuenta, la ceguera invadió el horizonte y la carretera no supo señalizarnos la siguiente desviación a la derecha.
Y tú aprovechaste ese tiempo de más para pedirme que soltara el volante. Y yo solté el volante, y tú decidiste besarme impertinente.
Pisé el acelerador con fuerza, y tú sacaste la cabeza por la ventanilla mientras gritabas que nunca volverías a querer a ninguna así. Y que si para morirse hubiera que ser feliz, podríamos estrellarnos esa misma noche contra alguna de esas fábricas de nubes que dejábamos atrás en las cunetas.
La carretera nos pierde, y tú aceleras.
Guardo en la guantera, la razón que te devuelve
cada dos por tres
a mi viaje.
Sonríes, y me dices,
que nos sobran el equipaje
y esas razones que invento para no follarnos.
La carretera nos pierde, y tú aceleras.
Algo grita dentro y yo recuerdo
(tarde)
que no te quiero demasiado.
Fábricas de nubes en las cunetas.
Sueños estallados en las cumbres.
Bicicletas sin ruedines estrelladas.
Destartaladas.
Puzzles del amor, cosa de niños.
-Quiéreme, te digo.
-Ya no tengo edad para esas cosas.
...